miércoles, 20 de mayo de 2009

Pocos libros y mucho tiempo


Durante los últimos días del mes de octubre de 2008, se desarrolló en Buenos Aires el Seminario Internacional de Promoción de la Lectura "Placer de leer", organizado por la Fundación CyA. Pequeño Editor fue la única editorial invitada a hablar sobre edición, justamente sobre edición en editoriales pequeñas.
Y Ruth Kaufman, nuestra editora, habló: sobre los libros y sobre el tiempo invertido en ellos, en pensarlos, en hacerlos, en leerlos, en disfrutarlos incluso antes de que sean.
Hoy, señores y señoras, una larga entrada para dedicarle eso que todos mezquinamos, incluso o especialmente a nosotros mismos: tiempo.


Pocos libros y mucho tiempo


Mucho tiempo para leerlos por primera vez, y mucho tiempo para la relectura.Mucho tiempo para editarlos, con los ilustradores, los escritores y los diseñadores. Mucho tiempo en el mercado: en las mesas de las librerías y en las ferias.Mucho tiempo en el corazón de los lectores.El otro día, en el blog de Rafael Cippolini, Cippodromo, en una de las últimas entradas de octubre, se decía:
"La diferencia insoslayable entre Hi Tech y Low Tech no es ni la inversión ni (menos aún) el diseño de producción. Es el uso y la concepción del tiempo. El abismo ideológico se testea justamente ahí.El tiempo del Hi Tech es alienante. Es equivalente al calendario industrializado de los medios (producir tanto contenido en tanto tiempo), al de las cada vez más redundantes bienales y ferias de arte (ya sabés: si en ellas todavía tomamos contacto con propuestas necesarias, lo cierto es que lo hacemos en medio de otras tantas o más absolutamente descartables), al de una burocracia que necesita inventar ridículas novedades para expandir sus mercados.El Low Tech (el mejor Low Tech) es el tiempo de tus sueños. De tu líbido más profunda. De tu obsesión indeclinable. Subsiste con réditos infinitamente menores.Por esto, el arte que más nos conmueve, el que cambia nuestra cabeza y percepciones, así como la tecnología que finalmente se instala como nuestra así como la tecnología que finalmente se instala como nuestra extensión más potente, poseen sus propios calendarios, que pocas veces coinciden con las agendas de la industria."

Carlos Silveyra me convocó para que hablara de la edición en editoriales pequeñas.Yo quería encontrar una clave de lo pequeño: “nos vamos a llamar pequeño editor –me dijo Diego Bianchi cuando la editorial todavía era un sueño– para que tengamos siempre presente esa manera de hacer las cosas, artesanal, dedicándole a cada libro el tiempo que merece”. Ahora, mientras escribo, pienso que la clave está en la palabra tiempo, esa es nuestra marca distintiva y cuando digo “nuestra” digo pequeñas editoriales y cuando digo “pequeñas”, no estoy pensando tanto en si pertenece a una multinacional o si es un emprendimiento independiente, como en el tiempo –hecho que podríamos medir en la cantidad de libros que cada sello edita por año–. Desde esta perspectiva nos encontramos con interesantes paradojas: Kalandraka, la editorial gallega, independiente, tiene 3 lanzamientos en el año, de unos 35 libros cada uno (cifra cedida por el crítico e investigador en LIJ Gustavo Puerta Leisse), mientras que Sudamericana argentina (parte, como todos sabemos, de la multinacional Random House Mondadori) edita alrededor de 26 libros de LIJ por año. En mi trato frecuente con su editora, Mariana Vera, esto se hace patente en infinidad de pequeños detalles.Pequeño editor, desde su fundación en el año 2003, no ha superado la cifra de entre 6 y 8 libros anuales. Había escrito “logrado superar” y luego, con el delete de la computadora lo borré, en un ritmo/tiempo que, aliado con la tecnología, no iba a dejar marcas, pero como era justamente este el tema, uno de los personajes en los que nos desdoblamos al escribir tomó nota del tachado y se preguntó ¿por qué? ¿Dónde está el logro? ¿Cuántos libros quisieras publicar por año?

Y así vuelvo al tema.El año pasado, en una primera consulta a un contador le contamos el proyecto y sus dificultades: el rendimiento económico de la editorial no permite que sus integrantes se dediquen full time a ella y por ende, esta dedicación part time –quizás, era una hipótesis– impedía el crecimiento del sello. (Crecimiento, otra palabra clave; “hay que crecer”, otro imperativo que aceptamos sin saber muy bien qué es.)

“Es muy sencillo –me dijo entonces el contador– una empresa es como una canilla: elagua/la plata que sale, depende del agua, en este caso los libros, que metas. Cuantos más libros metas, más agua/dinero saldrá”

“Eso no” –dije yo, instintivamente–. La imagen de la canilla no era para nosotros.

El editor valenciano Vicente Ferrer, a quien admiro profundamente y cuyos libros han recibido numerosospremios en España y fuera de ella, edita 4 libros por año.

"El mundo editorial es completamente incongruente –opina él–: no es posible leer tanto como se produce (al menos en España). Tal como se ha establecido este círculo vicioso, parece ser que se producen muchos libros porque el mercado sólo atiende a las novedades; y al haber tantas novedades los libros ‘viejos’ (los que se editaron hace dos, tres años) se van retirando de la circulación. De este juego perverso nos gustaría zafarnos; ¿será posible?”

Editar poco, como les comenté antes, implica, al menos en nuestro caso, no dedicarnos full time al sello. En cierta forma, eso nos quita tiempo/energía para el sello; pero, por otro lado, cada uno de nosotros está produciendo materiales afines en otras áreas de la cultura y este hacer enriquece la tarea de editar. Editar poco nos obliga cada año a leer y releer, a mirar y remirar cada uno de los proyectos que nos llegan y a decir muchos no. A veces, decimos que sí, pero tan tarde que otras editoriales nos han ganado de mano: nos ha pasado con un original que nos presentó la poeta Laura Wittner. Nos gustó y por eso lo atesoramos, pero cuando pudimos decirle que estábamos interesados, el libro ya estaba publicado por la editorial francesa Actes du Sud. Nos pasó con un libro de Beatriz Ferro y Elenio Pico que nos gustaba mucho, pero lo presentaron en varias editoriales al mismo tiempo y El eclipse lo sacó antes que nosotros. Corremos ese riesgo; mejor dicho, no podemos evitarlo. Se lo decimos de entrada a los autores.

Editar poco nos hace darles cientos de vueltas a los proyectos del sello por los que finalmente nos inclinamos, vueltas que los mejoran, vueltas que los ajustan como ideas antes de llegar siquiera al primer trazo, a la primera letra.Lo que no nos ha ocurrido hasta ahora –publicando alrededor de 8 libros por año– es tener que reconocer (aunque sea por lo bajo) que no estamos convencidos de alguno de ellos. Estamos enamorados de cada uno.Lo que nos ocurre también es encontrar en nuestro país y en otros países gente embarcada en proyectos semejantes. El periodista Juan Arias, en el suplemento “Babelia” del diario El País de Madrid, lo comentaba en el año 2001 respecto de Brasil:
La concentración editorial que se va realizando con la entrada en Brasil de los grandes grupos extranjeros ha puesto en crisis a las pequeñas editoriales que buscan sin embargo formas nuevas y originales para poder sobrevivir. Y lo cierto es que lo están consiguiendo, hasta el punto de que se habla de éxito de estas editoriales minúsculas, a veces en manos de una sola persona, que con un derroche de creatividad consiguen conquistar el mercado y salir adelante.”
Estos proyectos encuentran su público. En nuestro caso lo señalamos desde el inicio, con una frase que dice “libros para pequeños lectores y grandes curiosos”, buscando un vaivén que fuera del niño al adulto y del adulto al niño. Pensábamos en padres jóvenes y sus hijos, en maestras y bibliotecarios acostumbrados al libro álbum, sobre todo traducido y editado por Fondo de Cultura de México…, libros que justamente en esos años –2002, 2003– se habían vuelto imposibles para los bolsillos argentinos.A poco de andar, otros lectores resultaron entre los más fieles. Lo vi claro una tarde: en el 2006 salí de recorrida por las librerías; me guiaba una preocupación: nuestros libros se exhibían generalmente cerca de la caja o en las mesas de arte y diseño, pero no estaban en la zona de literatura para chicos. En la librería Paidós de la calle Santa Fe, que tiene una salita muy bien provista y realmente acogedora para la LIJ, ocurría lo mismo. Junté coraje y se lo planteé al encargado del local.

“No son libros para chicos” me contestó. “Sí son”, le dije yo. “Bueno, me dijo él, yo también lo pensaba así pero varios jóvenes, artistas, estudiantes de diseño me pedían los libros aclarándome enfáticamente que NO eran para chicos.”

Gracias a los organismos e instituciones del Estado, nuestro público infantil es amplio y heterogéneo. Las compras del Plan Nacional de Lectura de la gestión 2003-2007, de la Conabip, del Promer, del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, han ido desparramando nuestros libros por todo el país. Compras del Estado mexicano los desparramaron por el norte del continente. Y desde este año, el contrato con una representante en Francia y Estados Unidos nos ha permitido vender nuestros derechos a importantes editoriales de esos países.
Libros realmente extraños para la oferta habitual de LIJ han vendido muchos ejemplares: es el caso de Nariz de Higo de Roberta Iannamico y Diego Bianchi o el de Tump Tump de Elenio Pico y Canción Decidida de Wapner y Turdera-. Debo decir que desde el inicio hemos recibido el apoyo de los especialistas, apoyo que se concretó a través de la selección de nuestros libros para compras institucionales, del otorgamiento del subsidio del gobierno de la ciudad en su gestión pasada, de numerosas distinciones de ALIJA, comentarios en la prensa de LIJ, en los suplementos culturales generales y en revistas de diseño… Al principio, nuestra carpeta de prensa abultaba mucho más que nuestro catálogo.Y entonces, revisando nuestro catálogo veo cómo lo pequeño y la preocupación por el tiempo están plasmados en los libros. Nuestra primera colección, los libros fuelle, deben su encantador diseño a una necesidad de abaratar costos de papel y encuadernación. ¿Cómo hacer un libro contundente como un cartoné –mirábamos con envidia, por ejemplo, la serie agujereada de Taro Gomi, que editó en español FCE–, sin usar el costoso cartoné?Bianki encontró en el diseño de los fuelle una respuesta lúdica a una restricción económica; por mi parte, nunca he disfrutado de los libros enormes con los que algunas editoriales del Norte intentan ocupar el disputado espacio de las mesas de las librerías, más allá de eso, nunca le he encontrado otros sentidos a esa enormidad.
Tanto en la colección fuelle como en una colección posterior, que llamamos “Incluso los grandes”, hemos publicado en 24 o 32 páginas un poema que, editado del modo convencional, ocuparía una sola página. Suelo llamar a esta estrategia vender liebre por gato, ya que la poesía así editada pasa por narrativa y traspasa las barreras del prejuicio.Con estas experiencias descubrimos un espacio nuevo para publicar –hacer de público dominio– la poesía escrita hoy. Al decir “hoy”, no me estoy refiriendo únicamente a la contemporaneidad de los autores, sino, sobre todo, a traer al campo de los libros para niños experiencias con el lenguaje que –para decirlo con palabras de Daniel Samoilovich– tengan “una postura que tratara de recoger lo más valioso de las vanguardias”.
¿Sólo para niños? Quizá sea un modo de abrir la poesía a muchos otros lectores: a lectores iniciales, buenos y expertos: categorías con las que graduamos nuestro catálogo y que, en el caso de la poesía sobre todo, no necesariamente coinciden con edades cronológicas. Para no ceñirnos a las edades, clasificamos los libros de nuestro catálogo en tres categorías: lector inicial / buen lector / lector experto.
En verdad, hay dos tipos de textos: aquellos que pueden ser leídos autónomamente por los tres grupos y un segundo tipo, en el que proponemos una lectura autónoma del buen lector y una lectura compartida del lector experimentado + el lector inicial.La presencia de la imagen afecta el tiempo. Al desplegar un texto a lo largo de muchas páginas, producimos una demora en el tiempo “habitual” de lectura; en esta dilación la palabra se muestra, dejándose paladear. Sin embargo, no se trata de una demora en blanco, del alargamiento del tiempo de lectura que realiza en soledad el lector experto de poesía; el libro ilustrado propone –en ese tiempo, en ese espacio– una lectura privilegiada: la propuesta por un artista gráfico. Esta es una interpretación que se impone abriendo lo que estaba compactado, volviéndolo más poroso, me animo a decir, más legible. El poema, entonces, se dice de nuevo con otras palabras o, más precisamente, con otros signos que son los del lenguaje de un ilustrador.
¿Cómo resolver la tensión entre novedad y permanencia en la edición de libros? Desde el año 2003, en pequeño editor intentamos hacer posible esta pequeña utopía: sobrevivir editando poco. La razón de ser del libro –de la letra escrita– se sitúa justamente en las antípodas de la novedad.¿Se puede editar en este mundo creyendo que los libros se han inventado para durar? ¿Dónde? Sobre todo, en el corazón de los lectores.
© Ruth Kaufman

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